Daría igual si fuese cualquier otra hora, incluso daría igual que fuese viernes, que lo es, pero a esta hora todo el infierno se despierta dentro de mí. Es efímero y deja de tener poder con el paso de pocos minutos, pero a las ocho, cada día, todo se incendia durante un rato. Lo irónico de todo es que es perfecto que sea así, porque si no sucediera justo a esa hora, es cuando realmente tendría un problema.
Las agujas marcan el inicio, la chispa, y las personas me sirven de mecha. Sus tonos de voz, sus vestimentas, sus miradas … y sigo escalando hasta acabar con sus existencias. Cuando se me acaban las personas físicamente subo otro nivel y absorvo a través de la mente más personas, otras que todavía no están pero que pronto estarán y sigo el mismo proceso. La idea es no encerrarte en un bucle. Es necesario seguir escalando hasta llegar al cenit del influjo de esta hora que me sucede 5 días a la semana. Digiero este proceso mientras me dirijo a la cafetera, tomo un café y me fumo un cigarrillo. Luego vuelvo a entrar y simplemente enciendo ‘mi’ ordenador y empiezo a trabajar. Cuando me vuelvo a acordar ya se ha ido, y el poder de otra hora ha comenzado ya a capturarme.
Y entonces creo que lo he aprendido una vez más, y me vuelvo a dar cuenta de que es mentira un tópico más; que la vida no tiene nada de rutinaria, absolutamente nada.
Las cuatro y media
Da igual la hora que sea, incluso daría igual que fuese lunes, que lo es, pero a esa hora toda la gloria celestial se despertará dentro de mí. Efímero también pero no tanto pues el poder de esta hora tiene el don de atravesar el pasado el presente y el futuro como una daga de esperanza grandiosa a corto plazo. Como en paralelo coincide con otro aspecto fundamental, el instante, todavía cobra más fuerza. Pasado el efecto de las ocho ya empieza a funcionar, en el pasado. Llegada la hora, en el presente, se llega a la cúspide, pero sigue durante varias horas. Solo cuando se acaba el día deja de tener importancia. Pero también me sucede 5 días a la semana.
Y me vuelvo a acordar, y lo vuelvo a repetir después de un paréntesis de olvido repetitivo y diario, que la rutina no debe existir, que no existe, que solo la inventamos gracias a que algún loco o loca nos dió algún que otro don, como podría ser la imaginación.
Y entonces sucede que vuelvo a la rutina, y al volver me despierto y me doy cuenta de que ya son las ocho, y de que es lunes y martes, y que todo vuelve a empezar. Aunque, claro, en el último instante miras hacia atrás y ves que todo ha sido diferente. Y vuelvo a renegar. Quizás exista, quizás no. Pero lo que si sé es que mi lucha interna contra todo lo que no me gusta es muy real. Y saberlo me resulta exageradamente esperanzador dentro de todo este invento tan raro, y extraño.